Pero ¡qué descaro! ¡Hablar de mí tan impúdicamente! Que si soy misógino, que si soy un ser caricaturesco, que si tengo el centro de la felicidad averiado...Qué sabrá nadie.
Los escritores, desde luego, se sienten autorizados a despotricar sobre lo humano y lo divino, sin pensar en quienes son sus referentes...
Esto no va a quedar así.
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